Factorías del tiempo

Fabrica de Ines Rosales en Huévar del Aljarafe

Fabrica de Ines Rosales en Huévar del Aljarafe

Por la A-49 en plena Villa Hervense, se observa el paisaje del polígono mas poderoso de Huévar del Aljarafe y su entorno.

En lontananza, sobre la campiña, solía aparecer el cuadro junto a la carretera: el pueblo, prieto y a la vez alargado, con su balde de cal blanca y la torre de la iglesia mayor. Era como un paisaje básico. Su herencia mental fue pasando del viajero del XIX al niño que mira lo dado por vez primera por la ventanilla del Renault 12.

Hoy por hoy este paisaje está falto de algo. ¿Dónde está el silo? ¿Y dónde la cooperativa de aceite? ¿Y los paneles solares? Los pueblos tienen ya otra foto fija, pero que es también hoy un recuerdo súbito.La torre amarilla de un silo no se concibe ya sin su homónima, la de la iglesia donde la patrona y los entierros.

La arquitectura industrial es esto mismo: memoria, sabiduría y paisaje mental. Dice Julián Sobrino Simal, experto en patrimonio industrial, que «los espacios industriales son enclaves de sabiduría». El legado fabril ayuda a tener otra percepción de nosotros mismos. Aparte, conforma un paisaje estético y moral. De ahí el silo, las almazaras, las destilerías, las canteras de albero, las minas. Y también, desde hace años, las placas galácticas de Solúcar, los hangares aeronáuticos en La Rinconada, o las aspas de energía eólica que apuntalan las viñas altas de Osuna.

La llamada Red de Turismo Industrial por la provincia de Sevilla ha editado un catálogo que sirve de ruta turística por los municipios. Es como una ruta de aprendizaje. Lo que fuimos, lo que permanece y lo que se renueva con la pócima mágica: el I+D. El paisaje industrial no remite sólo a la urbe. Es cierto que la ciudad ha congregado siempre el discurso de la fábrica. En Sevilla, por ejemplo, las naves textiles de Hytasa o tantas fábricas del distrito norte, que aún mantienen su armazón a pie de acera, con su ladrillo cocido y su rótulo cerámico. Dice Sobrino Simal que «Andalucía no era Manchester, pero tampoco un erial». Cierto.

El legado industrial se halla felizmente por toda la provincia. Cierto es también que unas minas olvidadas, como las de San Nicolás del Puerto, provocan esa bilis negra que los griegos llamaron melancolía. Peter Handke, en su periplo por Andalucía, quedó embelesado por el abandono minero de Linares. Allí escuchó el trinar del tiempo ido: el canto de un cuclillo.

Pero el patrimonio industrial es cosa actual y no vive de réditos. El catálogo de la Diputación así lo muestra. Ybarra, Inés Rosales o Kelia son algo más que una marca. Son la magdalena de Proust o nuestro ‘branding’ sentimental. En Huévar del Aljarafe se halla el obrador Inés Rosales, «legítimas y acreditadas tortas de aceite», tal es su inefable denominación de origen.

Un silo en Fuentes de Andalucía es el primero de España que ha sido reconvertido en mirador turístico. Sólo diez factorías en el mundo se dedican al arte de fabricar sombreros: una de ellas está en Salteras (recuérdese, en Sevilla, la antaño pródiga fábrica Fernández Roche, junto a San Marcos). Plinio el Viejo ya hablaba parabienes de las aguas termales que había por la Vega de Carmona. De 1880 es la fundación de la destilería Los Hermanos. Cazalla de la Sierra y su fábrica Miura también la asociamos al estupendo aguardiente (de ahí la expresión popular: Fulano tiene voz cazallera).

Morón de la Frontera presume de su Museo de la Cal. Ayer y hoy del oficio: el calero. Decir Estepa es hablar del cardo máximo del mantecado. Pero también de Oleoestepa, que produce el sagrado mejunje de los olivos, igual que la almazara y castillo de la Monclova.

Alfarerías de Lebrija y Antonio González, ‘El Artesano del Hierro’, quien sigue forjando verjas con motivos florales. Las Bodegas F. Salado, en Umbrete, donde no sólo vive el hombre del mosto. O las dulzainas de San Martín de Porres en Écija, con sus envoltorios en letra azul. Patrimonio nostálgico y duradero, sí. Pero no se olvide el nuevo paisaje I+D.