Pasado ferroviario: fin de viaje y de tiempo

Locomotora de vapor abandonada en Villanueva del Río y Minas - J. M. SERRANO

Locomotora de vapor abandonada en Villanueva del Río y Minas – J. M. SERRANO

Un recorrido por estaciones abandonadas, vías muertas y locomotoras olvidadas en el paisaje de Sevilla

ABC – AURORA FLÓREZSevilla

Estaciones fantasma en las que el aire sostiene y hace peligrar los muros, convertidas en catedrales con óculos surrealistas, locomotoras olvidadas en las que el vapor es un recuerdo extinto, máquinas desechadas con historias de ida y vuelta que ya no podrán relatar, vagones y cisternas aherrumbrándose en el paisaje contradictorio, puentes inviables, túneles para murciélagos y aventureros, viejos caminos de hierrovías muertas sin principio ni destino…

«El viaje a ninguna parte» ha titulado Juan Manuel Serrano la espléndida serie fotográfica en la que ha ido captando las estampas en las que la historia se ha detenido en un instante antes de desaparecer completamente. A la vez que el abandono patente, en ellas se lee el cambio radical de formas y fondos de la vida, plasmada en raíles que hunden su fin en el balasto. Son metáfora pura de la existencia que discurre proyectando el cine de los campos y el «orden romano de los olivares» que escribiera Rafael Laffón mientras contaba la vida y la visión del zapote de Hernando Colón que descollaba en las entradas y salidas de Sevilla desde la estación de Córdoba.

Entre esas ruinas industriales se silencia el traqueteo continuado del viaje, mantenido en el pentagrama sonoro por una fermata, en esa música monótona que adormecía a los viajeros de los larguísimos trayectos de la obligada emigración a bordo de trenes como «El Sevillano» hacia Barcelona, entre olores humanos y de comidas, asientos de madera o de gutapercha, maletas de cartón atadas con cuerdas, las lágrimas negras de la carbonillade viaje muchas veces sin retorno en vagones marcados según clase y poder.

– Del vapor a la prisa

Del vapor al diésel y de ahí a la electricidad y después llegaría la alta velocidad, en esos cambios de la industrialización que tardaron tanto en llegar al país, que unieron, a veces, en los mismos convoyes, mercancías y pasajeros. En Andalucía, las primeras líneas ferroviarias fueron la de Sevilla a Jerez y Cádiz en 1854, la de Córdoba-Sevilla, en 1859, y la de Sevilla-Huelva en 1860. Vendrían también a crear riqueza de la mano de empresas patrias y foráneas los trenes de las minas, que transportaban carbón, cobre, hierro o el material para la loza que comenzó a elaborar la compañía Pickman en el monasterio de la Cartuja, adquirido tras la expropiación de Mendizábal, en una línea exclusiva esta que acababa en la estación de Triana para acceder a la línea de Sevilla a Huelva.

De todo ello quedan notas perdidas en los campos y afueras de los pueblos de la provincia para lectura de la decadencia, retrato romántico o interpretación existencialista. Las viejas estaciones se desmoronan, como la de El Castillo de las Guardas, punto del trayecto de uno de los dos ramales para el transporte de la explotación de cobre de Minas de la Cala a San Juan de Aznalfarache, inaugurado en 1881; o la de Aznalcázar, representante del habitual estilo neomudéjar que llenó los andenes andaluces en la segunda mitad del XIX, con sus arcos de herradura y algún paño imitador de las sebkas, que tuvo hermanas gemelas en Sanlúcar la Mayor, Huévar del Aljarafe, Olivares, Valencina de la Concepción, Carrión de los Céspedes, la antigua de Camas… Algunas narran su desuso a pocos metros de las actuales, otras su desempleo en El Priorato, a la altura de Lora del Río;Hamapega, en Guadalcanal; Pilas, que junto a la de Aznalcázar y Huévar, pertenecían a la línea Sevilla-Huelva, o las de Las Cabezas de San Juan yLebrija, de la de Sevilla-Cádiz.

Las lejanas locomotoras de vapor mueren a la intemperie en lugar de en un museo, como la que puede verse en Villanueva del Río y Minas, donde sucumbió su trabajo mucho antes de cesar la producción de carbón en los años setenta; las cisternas de cargas inimaginables se oxidan en exposición de la degradación junto a las traviesas de hormigón formando puzle vertical con los rieles a la vez que fueron desapareciéndo, evadiéndose de la ruina, el lenguaje y los oficios ferroviarios. El fogonero, el guardajugas, la guardesa de los pasos a nivel, el invisible guardanoches con su farol, el mozo de equipajes, el revisor, el jefe de estación cantando al nerviosismo del pasaje:«¡Viajeros al tren!» debajo de los grandes relojes blancos de los andenes llenos de despedidas y recibimientos que hoy colonizan los hierbajos o que, simplemente, han desaparecido bajo el paso implacable del tiempo.

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– Nuestra desaparecida estación de tren

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