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La verdadera historia de Matilde Solís y su psiquiatra, denunciado por abusos

Matilde SolísHabla el ex-marido de Matilde Solís, con su excuñada María Eugenia Fernández de Castro y con el que fuera su psiquiatra, Javier Criado Fernández, acusado de abusos.

Ha llegado el momento de hablar”, escribe Matilde Solís Martínez Campos. Es 18 de junio de 2015. Hasta ese día su vida era un misterio. Poco o nada se sabía de esta aristócrata de mirada esquiva, décima hija del marqués de la Motilla, que con 25 años se había casado con Carlos Fitz-James Stuart, entonces duque de Huéscar y hoy duque de Alba, y que en 1999 protagonizó uno de los episodios más dramáticos de su vida cuando el disparo de una escopeta de caza le alcanzó los pulmones y el bazo. La versión oficial hablaba de “accidente doméstico”. Los rumores, de intento de suicidio. Desde entonces prácticamente desapareció de la vida pública y jamás concedió una entrevista.

Dieciséis años después de aquel episodio, Matilde consideraba que era el momento de romper su silencio. Ese día abrió una cuenta en Facebook y colgó una carta que cargaba contra el que fue durante años su psiquiatra de cabecera: Llegué a su consulta con 22 o 23 años. Metida en una fuerte depresión, vulnerable, maleable. Con los límites de lo moral borrosos y otros problemas añadidos que él ignoró. Me aferré a javier criado como a un clavo ardiendo. Aquella relación indefinible se prolongó en el tiempo. Me casé y se convirtió en una especie de amistad. Javier Criado abusó de una persona enferma, desesperada, a lo largo de los años. No prestando ayuda, ignorando problemas, manipulando como solo lo puede hacer un buen conocedor de los resortes de la mente, que es lo que no podemos negarle. Javier criado fernández me llamó por teléfono pocos días antes de mi intento de suicidio. Hizo mención a tres temas en concreto que desencadenaron en mi cabeza absoluta desesperación”.

Facebook estallaba. Las muestras de apoyo se multiplicaban. La agitación fue tan grande que horas después, Matilde y su carta desaparecían temporalmente de la red. Pero ya era tarde. El mensaje se había compartido entre sus conocidos. Y de hecho, al cabo de unos días, volvió a estar colgado en la red social.

El pasado 29 de junio Javier Criado fue denunciado por seis de sus pacientes por presuntas “vejaciones, humillaciones o abusos contra la integridad moral y la dignidad sexual” ante el Colegio Oficial de Médicos de Sevilla. “Debido a la gravedad de los hechos de esta denuncia el Colegio, con buen criterio, ha decidido ponerlo en conocimiento de la Fiscalía de Sevilla”, nos asegura la letrada Inmaculada Torres, que representa a las supuestas víctimas. Y continúa: “Aún así, también actuaremos por la vía judicial. En los próximos días presentaremos una querella ante los tribunales. Hasta entonces, no se harán públicos sus nombres”.
Solís siempre se había destacado por mantener una discreción absoluta y un perfil bajísimo. ¿Qué había llevado a una de las mujeres más enigmáticas y discretas a comunicarse con tanta sinceridad y crudeza en la red social? ¿A confesar un intento de suicidio que siempre se había ocultado?

JAVIER CRIADO: «ESTÁN DESTROZANDO MI VIDA Y LA DE MI FAMILIA. ME ESTÁN MATANDO».

Sobre ella se cernía una leyenda negra que la dibujaba como una persona frágil, inestable y de carácter depresivo. Pero sus íntimos coinciden en que es “tímida y reservada” aunque “inteligente, sagaz, cariñosa, solidaria y extremadamente sensible”, como la describe María Eugenia Fernández de Castro, exesposa de Jacobo Martínez de Irujo y su concuñada durante varios años. “Recuerdo que íbamos a su casa de Montepríncipe a comer, era una buena ama de casa y una madre incuestionable. Siempre educó a sus hijos extraordinariamente, se llevan genial con los míos. Estuve y estoy con ella para lo que necesite, la apoyo totalmente porque se lo merece”, dice Fernández de Castro cuando le comentamos que ha publicado la carta hablando de sus sentimientos por primera vez.

Matilde es la décima de once hermanos del matrimonio entre Fernando Solís de Atienza, décimo marqués de la Motilla, e Isabel Martínez Campos, simpatizantes del Opus. “Nació en una familia muy tradicional, con un protocolo demasiado rígido y en cierta manera ella era una rebelde, se cuestionaba las cosas”, asegura una amiga de juventud de Matilde. Estudió en el elitista colegio Entreolivos de Sevilla, aunque a los 16 años abandonó las aulas para examinarse por el INBAD (Instituto de Bachillerato a Distancia). Durante una época, sus hermanos y ella recibían clases particulares de la señorita Mari Luz, “una mujer de mucho carácter que nos llevaba a todos como una vela”, asegura uno de sus antiguos alumnos.

La carta que Matilde Solís publicó en Facebook sobre su antiguo psiquiatra.

La carta que Matilde Solís publicó en Facebook sobre su antiguo psiquiatra.

«Carlos Fitz-James Stuart, duque de Huéscar y heredero de la Casa de Alba, anuncia su compromiso con Matilde Solís Martínez Campos”. Con este titular desayunamos los españoles la mañana del martes 15 de marzo de 1988. El primogénito de Cayetana contraía al fin matrimonio. Él tenía 39 años; ella, 25. Se unían así dos de las familias más importantes (y aristocráticas) de España: el primogénito de los Alba con una de las sagas banqueras más ricas de Navarra y Andalucía. “Él estaba ilusionado; ella, muy enamorada”, describe una amiga de la infancia de Matilde. ¿Qué se conocía de la novia? Casi nada. Practicaba equitación, era una excelente bailaora de sevillanas y su familia poseía una gran fortuna. Muy pocos sabían que tres años antes sus problemas psicológicos ya la habían llevado a la consulta del psiquiatra sevillano Javier Criado.

LA BODA DE LA ARISTOCRACIA

El retablo del siglo XV que preside la Capilla Real de la catedral de Sevilla se abrió el 18 de junio de 1988. Un altar donde hasta entonces solo habían contraído matrimonio en lo que iba de siglo Esperanza de Orleans y Borbón, tía del rey Juan Carlos, y los padres del duque de Huéscar, Luis Martínez de Irujo y Cayetana Alba. Más de 1.000 invitados, ellos de riguroso chaqué y ellas con la tradicional mantilla española, entraban por la Puerta de Palos para ser testigos del “sí, quiero” más esperado en la capital hispalense. Los novios llegaban en dos landós descubiertos tirados por cuatro caballos. También los padrinos. Matilde lucía un clásico vestido de seda india y organza natural diseñado por José María Cerezal. Y, sobre la cabeza, la tiara de platino y diamantes conocida como La Rusa, que Cayetana heredó de su abuela, la duquesa de Híjar, y que poco después aseguró haber vendido para comprarle un caballo a su hijo Cayetano. Carlos vestía el uniforme rojo de maestrante de Sevilla.

Los fotógrafos se aglutinan a la entrada de la Finca El Carpio, el mayor latifundio cordobés que Carlos ha recibido de su madre, Cayetana. Han pasado unos días desde la boda y la nueva pareja ha decidido posar para los medios antes de emprender su viaje de novios. Matilde luce una camisa de flores, pantalones vaqueros y va descalza. Él, polo amarillo y vaqueros. Será uno de los escasísimos posados que el matrimonio haga para la prensa. “Nos vamos a vivir al palacio de Liria, en Madrid”, asegura el duque de Huéscar. Allí no se quedaron mucho tiempo. Matilde no se adaptaba a esa vida. “Su boda con el duque de Huéscar fue como encerrarla en una jaula de oro”, recuerda alguien que la trató durante esa época. Al año se mudaron a una casa que había comprado el padre de Matilde en la exclusiva urbanización Montepríncipe, en la madrileña localidad de Boadilla del Monte.

Pronto nació su primer hijo, Fernando. A los dos años llegó Carlos. Pero el ánimo de Matilde no mejoraba. “No le gustaban nada las fiestas, pero tenía que acudir a muchos eventos de la Casa de Alba. Era un papel que le pesaba demasiado, debía hacer un gran esfuerzo”, recuerda un familiar. De hecho, las apariciones públicas en las que pudimos ver a la pareja en casi diez años fueron escasísimas: una Feria de Abril, la boda de Eugenia Martínez de Irujo, una recepción con los reyes y el funeral por Jesús Aguirre. Tanto le incomodaba la prensa que ingenió un truco para librarse del acoso de los paparazzi. Se ponía siempre el mismo abrigo para ocultar su look. Así todas las fotos parecían tomadas el mismo día y a los medios no les interesaban.

Matilde Solís en su boda con Carlos Martínez de Irujo en 1988.

Matilde Solís en su boda con Carlos Martínez de Irujo en 1988.

Alguien que la conoce bien asegura que “se refugió en ella misma y se volcó en sus hijos. Salía cada vez menos, se centró en la pintura, algo que se le da espectacularmente bien, la lectura y el cine”. De hecho, Matilde es una gran coleccionista de arte contemporáneo —suele comprar en la galería madrileña Ansorena— y “es una persona muy culta, le encanta el cine. Ella es como la madera de nogal, una de las más elegantes y delicadas”, describe una de las personas que la trataron estos últimos años. “La moda no le interesa especialmente, suele vestir de Zara, pero sí le gustan las joyas, puede entrar en Cartier y comprar varias de una sola vez. El dinero no le preocupa”.

En 1999 su vida colapsó. Algunos de sus allegados cuentan que no transmitía signos de malestar. Sin embargo, parecía haber tocado fondo. La madrugada del 25 de marzo los servicios de urgencia de la capital recibieron una llamada. Procedía de la urbanización Montepríncipe. Cuando llegaron Matilde yacía en el suelo de su dormitorio con una herida por arma de fuego. Salvó la vida pero le extirparon el bazo. ¿La versión oficial? Accidente doméstico. “Fue algo dramático de lo que tardaría algunos años en hablar conmigo, pero lo afrontó cara a cara. Es muy valiente, la admiro. Ha sabido llevar todo con cariño y valentía”, asegura Fernández de Castro.

Matilde, días antes de este episodio, que podría corresponder al “intento de suicidio”, que ella menciona en su carta, habló con su psiquiatra, con quien se estaba tratando desde los 22 años. Javier Criado Fernández no es solo uno de los especialistas más reconocidos de Sevilla, la ciudad donde nació hace 65 años. Además, tiene un currículum irreprochable: estudió Medicina, se especializó en Psicología Médica y Psiquiatría en Madrid, ha sido jefe médico de la clínica López Ibor. Y es ensayista, conferenciante, escritor, y hermano mayor de la Hermandad de Pasión, una de las cofradías más representativas de la ciudad.

La consulta de Javier Criado está situada en un céntrico barrio sevillano. Cuando entro, me recibe una secretaria. Son las seis de la tarde y las persianas están bajadas. No hay luz natural. El mobiliario, algo anticuado, da al espacio un ambiente lúgubre. Tras unos minutos aparece la secretaria. “El doctor tiene mucho trabajo. No puede atenderle”. Antes de abandonar el lugar, dejo mi tarjeta de visita.

Minutos después suena el teléfono. Es él. No me da tiempo a explicarme cuando se defiende con un tono de angustia. “Están destrozando mi vida y la de mi familia. Me están matando y machacando la consulta. El número de mis pacientes ha disminuido”.

Un año después del incidente con la escopeta, Matilde y Carlos se separaban. La noticia fue un duro golpe para Isabel Martínez Campos, la madre de ella, una mujer muy conservadora que había enviudado hacía unos años. A Matilde la soltería le duró poco. A los dos años de separarse conoció a Borja Moreno-Santamaría, un joven sevillano diez años menor que ella.

SEGUNDAS OPORTUNIDADES

Borja es un hombre bien parecido que viste chaqueta sin corbata. Hemos quedado a comer en un reconocido restaurante sevillano al que llega con su nueva pareja, Rocío Medina. “Qué casualidad, aquí fue donde Matilde se puso de parto de nuestro hijo”, exclama mientras nos sentamos en uno de los reservados.

El empresario agrónomo y la aristócrata se habían conocido el 30 de diciembre de 2001. “Fue en el bar Trinity, en el hotel Inglaterra, en Sevilla. Estaba tomando algo con su amiga Teresa Valencia y yo me quedé en la barra, la miré y la invité a una copa. Estuvimos conversando toda la tarde y cuando se fue, le di mi teléfono. A los pocos minutos me llamó: ‘Estaba muy a gusto contigo, no sé por qué me he ido’. Volvió. Después la acerqué a su casa, el palacio de Cuna. No sabía quién era ella. Sin bajar del coche me dijo que se le habían olvidado las llaves, así que nos fuimos a mi finca”, recuerda Moreno mientras apura su cerveza.

Matilde junto a su por entonces esposo, Carlos Martínez de Irujo, la duquesa de Alba y Jesús Aguirre, durante una feria de abril en los ochenta.

Matilde junto a su por entonces esposo, Carlos Martínez de Irujo, la duquesa de Alba y Jesús Aguirre, durante una feria de abril en los ochenta.

Cuando comenzaron a salir ambos vivían en Sevilla. “Me enamoré de ella hasta las trancas. Era una mujer hermosa, con una talla 36, educadísima, hipersensible…”, confiesa. Durante tres años —sostiene— él la acompañaba al psiquiatra en sesiones de dos y tres horas. “Ella me decía que estaba así por un mal divorcio y al principio lo entendí”, añade.

OTRO MATRIMONIO FALLIDO

Cerca del estadio Santiago Bernabéu, se encuentra la casa de Matilde Solís. Es una de las zonas acomodadas de la capital, lo que se refleja en las boutiques y restaurantes a su alrededor. También en la cantidad de empleadas de hogar uniformadas con las que te cruzas. “Es un apartamento de 500 metros cuadrados. La primera vez que fui me sorprendió la decoración. Tenía paredes totalmente tapizadas de negro”, me confía Borja Moreno. Matilde, que ha rechazado participar en este reportaje, vive allí desde 2002. La rutina de Solís cada mañana, cuando se levantaba junto a Borja, era ir a una cafetería cercana, tomarse una Coca-Cola, comprar todas las revistas posibles —hasta las rusas— para hojearlas y alguna guía de viajes.

“Llegaba a casa y soltaba de pronto: ‘Mañana nos vamos a Praga’. Hemos recorrido medio mundo: Nueva York, Berlín, Mónaco, París, Florencia, Venecia…”, recuerda Moreno. Por las tardes, esperaba que llegase su hijo del colegio, “le daba un beso —continúa Borja— y a las siete de la tarde se metía en su habitación a ver series hasta quedarse dormida”. No tenía muchas amigas y tampoco le gustaba hacer vida social. “En casa había mucho servicio, pero duraba poco. La rotación era constante”. En vacaciones solían desplazarse a su finca El Pinar Viejo, en Huévar del Aljarafe, Sevilla.

Un monovolumen azul aparca frente al Ayuntamiento de Sanlúcar La Mayor. Es 26 de diciembre de 2003. Del asiento del copiloto se baja Matilde Solís con un traje negro a la rodilla, en avanzado estado de gestación —casi seis meses—, una gabardina beis y un mantón negro de Manila bordado. En la puerta la esperan unos pocos amigos y Borja. Minutos más tarde la pareja sale casada. Nadie de la familia de Matilde asistió a la boda. “De hecho, yo conocí a su madre el día que nació nuestro hijo”, dice Moreno. Cuatro años después, la pareja celebró su boda por la iglesia, en Madrid, una vez que Matilde obtuvo la anulación matrimonial del duque de Huéscar.

2008 no fue un buen año para ninguno de los dos. La relación se había deteriorado y en octubre decidieron separarse. Aunque se divorciaron de mutuo acuerdo, los problemas continuaron. La pareja se enfrentó en diversas ocasiones. Un día, incumpliendo la orden de alojamiento que pesaba sobre él, Borja Moreno-Santamaría acudió a la finca de Huévar en busca de su hijo, y Matilde lo denunció. Cuatro años más tarde un jurado popular lo declaró culpable de allanamiento de morada y daños y fue condenado a 18 meses de prisión. “Mi hijo necesita verme. Mi único deseo es poder estar junto a él”, concluye.

Antes de despedirnos le preguntamos si está al corriente del último episodio, el enfrentamiento de Matilde con su psiquiatra. “Mientras tenga otro asunto en mente estará menos pendiente del nuestro”, nos dice.

Desde su segundo divorcio, en 2009, la vida de Matilde ha transcurrido entre Madrid, donde se ocupa de su hijo menor, y Sevilla, a donde viaja a menudo para acompañar a su madre, una persona mayor que necesita cuidados. Son escasas sus salidas. No volvió a pisar el palacio de Liria hasta el año pasado, cuando acudió a una velada familiar organizada por Cayetana Alba, quien le tenía mucha estima. “Llegó acompañada por sus hijos, y se la veía feliz, serena”, asegura uno de los invitados al evento.

UNO CONTRA TODOS, O TODOS CONTRA UNO

Estoy sentado en una terraza de la sevillana Puerta de Jerez. El calor es asfixiante. Frente a mí, una persona que asegura ser paciente del psiquiatra Javier Criado me muestra un mensaje que supuestamente Matilde le envió hace unos días:
Te escribo porque vamos a presentar una denuncia oficial ante el Colegio de Médicos de Sevilla. Cuantos más testimonios, más efectivo será. Nos gustaría contar con el tuyo [sic], estamos asesorados legalmente, ten la tranquilidad de que esta denuncia no te compromete con futuras acciones legales que podamos emprender las víctimas, pero sí nos puede ayudar para conseguir que le cierren la consulta y que no le haga daño a nadie más”.

Apenas unas horas antes, y por teléfono, Javier Criado compartía conmigo su reacción a esta iniciativa:

—¿Está al corriente de que al menos una decena de afectados quiere presentar una denuncia colectiva contra usted?
—Sí, lo sé. Sé que lo está intentando. No saben lo que hacen. Me está matando.

—¿Es cierto que ya ha sufrido una denuncia por abusos?
—Eso fue hace 10 o 12 años. No tuvo sentido, de hecho el informe de la Fiscalía fue demoledor y descubrió que era todo un montaje. No llegué ni a juicio porque el juez desestimó la denuncia. Pero ahora estoy sufriendo un juicio social y mediático. Es un tema muy desagradable. No quiero añadir nada más. Gracias.

Tampoco Matilde Solís ha añadido nada más públicamente sobre el asunto. Pero las últimas palabras de su carta son contundentes: “No tengo miedo y no siento vergüenza, he salido de todo y si yo lo he hecho, todas podéis hacerlo”.

*Este reportaje será publicado en papel en el número 84 de Vanity Fair, a la venta el viernes 17 de julio.

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